No creo en la iglesia
Hace unas semanas atrás estaba en la oficina de un abogado, teniendo una conversación con un familiar. Mi primo, a quien amo entrañablemente, me reta en mi fe, porque es de los que dicen que no cree ni en la luz eléctrica. Mientras conversábamos, la secretaria del abogado nos oyó hablando de temas de creencias y fe y se metió en la conversación como quien no quiere la cosa. Ella no estaba de acuerdo con mi primo. Su posición teológica es que todo el mundo cree en algo, aunque no sea en Dios. Al enterarse de mi posición, nos contó una historia interesante sobre su experiencia en la iglesia.
Ella nos dijo que se había casado con un hombre cristiano que la invitó a ir a la iglesia. Ella asistió, más por él que por otra cosa, pero con su conocimiento de trabajadora social (la profesión que estudió en la universidad) se dio cuenta de que una mujer en la congregación estaba pasando por una situación de violencia doméstica y decidió hablar con la pastora de la iglesia para ofrecerle sus servicios para atender la situación. La pastora la escuchó, y procedió a comentarle que ella no podía servir en esa capacidad porque no daba el diezmo en la iglesia. Después de esa experiencia, ella dejo de asistir a la iglesia y no ha vuelto más. Mi conclusión es que ella dejó de creer en algo... en la iglesia.
¿Una historia de conversión?
Es posible que estén leyendo esta historia y hayan reaccionado como yo… «Jamás y nunca yo diría tal cosa. Nuestra iglesia no es así». Sin embargo, esta historia nos invita a reflexionar sobre el encuentro de Pablo con Jesús en camino a Damasco y sobre las escamas que tiene el ser humano sobre los ojos que no le permiten ver los momentos de acción de gracia de Dios.
El Saulo/Pablo bíblico es descrito como alguien con problemas de manejo de ira que «amenazaba con matar a todos los seguidores del Señor Jesús». Estaba tan furioso este Saulo/Pablo, que pidió un permiso especial para ir a la ciudad de Damasco a sacar a todas las personas que seguían a Jesús de las sinagogas para llevarlas presas a la cárcel de Jerusalén.
Esta es una historia conocida por mucha gente como la conversión de Pablo. Saulo/Pablo va de camino a Damasco y Jesús lo enfrenta. Saulo/Pablo queda ciego por tres días, lo llevan a Damasco, allí se encuentra con Ananías que ora por él, de sus ojos caen escamas como de pescado, Pablo puede ver nuevamente y se convierte en seguidor de Jesús y en uno de los apóstoles más importante. Fin.
Sin embargo, me gustaría proponerles que esta es una historia que tiene algo que decir más allá de la conversión de Pablo y que nos reta a mirar las escamas de nuestros ojos para saber qué debemos hacer para recobrar nuestro entendimiento de cómo ser personas cristianas e iglesia que sigue verdaderamente al Jesús resucitado.
Una nueva manera de entender
Raj Nadella, que es profesor de Nuevo Testamento en el Seminario Teológico de Columbia presenta esta historia como una en donde Saulo/Pablo no es el inconverso que necesita ser convertido para que acepte a Jesús como su salvador personal.
Saulo y Ananías creen, después de todo, en el mismo Dios. En ese momento no hay dos religiones (la judía y la cristiana), sino que se enfrentan aquí dos entendimientos teológicos diferentes de una misma rama religiosa. Saulo no cree que Jesús sea un verdadero profeta de la religión judía. De hecho, sus creencias son tan afectadas por el mensaje de quienes siguen a Jesús, que quiere eliminar a esta mala influencia de su religión.
Nadella dice en su comentario al pasaje que tener diferencias teológicas no es el problema. El problema es que Saulo/Pablo no es capaz de ir más allá de esas diferencias para relacionarse con las personas del supuesto otro bando. Saulo/Pablo no puede aceptar a estas personas como seres humanos y lo que hace la voz de Jesús es retarle a ver a estas personas con un nuevo entendimiento… a verlas como seres humanos que merecen su respeto y su amor.
Antes de ese momento de encuentro, Saulo/Pablo está seguro de quién es Jesús: un falso maestro que está causando problemas e intenta insistir, de todas las maneras posibles, en que las demás personas vean a Cristo de la misma manera que él. Así que, cuando después de tres días las escamas caen de sus ojos, Pablo/Saulo no solamente recobra la visión física, sino que deja de ver a la gente que seguía a Jesús como enemigas. Él aprende a verlas como gente que merecen aceptación, que merecen ser escuchadas y recibidas, a pesar de las diferencias teológicas e ideológicas que pudieran tener.
Sin embargo, aunque Nadella sólo se concentra en Saulo, yo deseo añadir a otra persona a la que también se le cayeron las escamas de los ojos.
Ananías y sus escamas
Aunque no se nos dice que Ananías tenía escamas en los ojos, podemos ver que también podríamos pensar en su caso en esos términos.
Cuando Pablo llega a Damasco, Jesús se comunica a través de una visión con él. Le llama dos veces como lo hace con Saulo/Pablo, le pide que se levante y que vaya a donde está Pablo. Le dice que Pablo ya sabe que él va a venir.
Sin embargo, Ananías conoce a Saulo/Pablo… y no está muy de acuerdo con lo que Jesús le está pidiendo: «Señor, me han contado que en Jerusalén este hombre ha hecho muchas cosas terribles contra tus seguidores. ¡Hasta el jefe de los sacerdotes le ha dado permiso para que atrape aquí, en Damasco, a todos los que te adoran!».
Ananías también tiene escamas en los ojos. Ananías tampoco puede ver más allá de las diferencias ideológicas y teológicas. Ananías no piensa que este hombre merezca calidad de vida. Prefiere que quede ciego, porque le ve y le entiende como un enemigo que hay que inhabilitar.
Sin embargo, Jesús insiste: «Ve, porque yo he elegido a ese hombre para que me sirva. Él hablará de mí ante reyes y gente que no me conoce, y ante el pueblo de Israel. Yo le voy a mostrar lo mucho que va a sufrir por mí». Y aunque Ananías no está ciego por tres días, la insistencia de Jesús hace que sus dudas e incertidumbres se silencien un poco, las escamas caigan de sus ojos y va y ora por este hombre al cuál Jesús ha escogido.
¿Cómo se caen las escamas de los ojos?
Raj Nadella comenta que la gran lección de esta historia es que no es una enseñanza teológica o doctrinal, sino que nos enseña las profundas maneras en las que las personas pueden ser transformadas cuando reconocen el dolor y el daño de tratar de obligar o forzar a otras personas a ver el mundo como ellas lo hacen.
La pastora que le dijo a la secretaria del abogado que no la podía dejar ayudar a esta mujer en una situación de violencia doméstica porque ella (la trabajadora social) no pagaba los diezmos en su iglesia actuó con escamas en los ojos.
Las iglesias que proclaman que sus puertas están abiertas y que sin embargo tienen una lista de condiciones para poder entrar, desde cómo vestirse hasta el estado marital de la persona, desde si la persona tiene algún problema de salud mental, o una incapacidad que hace que tenga que pensar en inclusión, tienen escamas en los ojos.
La persona cristiana que cree en la gracia de Dios, pero que no entiende que esa gracia puede incluir a la gente que ella no acepta o tolera, tiene escamas en sus ojos.
¿Cómo se pueden caer realmente las escamas de los ojos? Aprendiendo de la gran lección de la historia bíblica: reconociendo el dolor y el daño de forzar a otras personas a ver el mundo como lo hacemos, y después de que esa Cristofanía nos transforme, trabajando para lograr que nuestra visión de la gracia se parezca a la de Jesús:
Una gracia que llamó a un hombre que era enemigo de quienes le seguían.
Una gracia que llamó a un hombre que tenía dudas sobre la tarea que Jesús quería que realizara.
Una gracia que sigue llamando a mujeres, a gente con diferentes capacidades, a gente que sufre de ansiedad, a gente que necesita ir al psicólogo, a gente con una manera de amar diferente a la nuestra, a gente con problemas alimentarios, a gente con una teología o ideología política diversa, a gente con diversidad funcional, a gente de todos los colores creados por Dios y a gente como Pablo y Ananías.
Sólo de esa manera caerán las escamas de nuestros ojos. Y no dudes que Jesús te saldrá al encuentro con esa gracia incondicional e infinita. Él no se da por vencido. Te llama una, dos, tres, cuatro veces. Saldrá a tu encuentro, aunque sientas furia. Saldrá a tu encuentro, aunque tengas dudas. Saldrá a tu encuentro, aunque no puedas entender su gracia. Y él quitará las escamas de nuestros ojos, una y otra vez.